Mi tío planchó por segunda vez en su vida. "Y solo las cosas cuadradas", me aclaró.
Pero al cerrar la tabla de planchar, se agarró un dedo de alguna extraña manera que en menos de media hora se le convirtió en una salchicha primero, luego directamente en morcilla.
Cuando llegué tenía por dedo una cosa morada e inflamada que daba impresión.
Se lo miraba fijo y se quejaba:
—Ya no lo siento.
Y mi abuela, con su optimismo irrefutable le contestó muy seria:
—Por lo menos sabés que lo tenés.
Y después, por supuesto, todos nos tentamos de risa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario