Me gusta esta manera
planetaria
de querernos.
Es una órbita lenta y firme
en una dirección.
Entre un beso y el otro
hay galaxias,
civilizaciones que nacen y mueren,
millones de años luz.
Y no.
No hay apuro.
Nada de esos amores fugaces
que, como un fósforo,
se extinguen en un parpadeo.
Acá hablamos de cuerpos
incandescentes
flotando en el espacio.
Hola, Halley, otra vez por acá.
Tantos años.
Qué gusto verte.
Y hasta pronto.
Este modo es tal vez el único posible
para no romper el universo.
O porque el universo somos nosotros
y todo lo que orbita
entre un beso
y otro
nos sostiene.
Caja de postales
miércoles, 16 de noviembre de 2016
lunes, 8 de agosto de 2016
Tal vez me amigo con el invierno
El martes fue un día frío y largo.
En cuanto me desperté vi por la ventana unos tréboles que brotaron como yuyo en una maceta del alféizar y se recortaban contra el cielo plateado del amanecer, siluetas de hojas corazón, y pensé que ese minúsculo paisaje era hermoso, como un dibujo que me gustaría hacer, para acordármelo siempre.
Me puso contenta que ya no era noche cerrada, que se nota que los días, a pesar de que sigue el invierno, son ya un poco más largos. Hace poco arreglamos el calefón y no era tan terrible la idea de salir de la cama porque ya estaba resuelto lo del agua caliente. Tenía médico antes de la oficina, así que al caminar hacia el subte ya vi clarear a lo lejos. Y al salir del subte ya era del todo de día. Con la médica hablamos de viajes y de mundos posibles. Esas conversaciones que te sorprenden por el contexto, como encontrarte en el bolsillo de un saco que no usás desde el año pasado algo de plata, o mejor: alguna entrada vieja de cine, un papelito, algo que te deja de golpe en una visita emotiva al pasado.
El trabajo estuvo bien. Salir a comprar comida al mediodía y sentir el sol, aunque sea un par de cuadras, en el medio del día helado, siempre está bien. La comida es más rica, se me ocurre, con la pausa en las tareas, la intención de buscarla. Claro que no se parece a cocinar, pero en el equivalente del mundo oficina, ya es un montón despegarse un rato de la computadora, de lo pendiente y hacer una pausa, estirar las piernas un poco, respirar.
Después, y pese al frío que pedía a gritos una siesta, me fui a nadar. La pileta del club, en un quinto piso, con la cúpula de vidrio hacia el cielo, me sigue pareciendo uno de los lugares más lindos de la ciudad. En un tramo todavía daba el reflejo del sol del atardecer en el agua. Se ve que muchos fueron amedrentados por el tiempo. Solo tres o cuatro personas tomando una clase, y dos nadando en pileta libre, así que podía nadar a mi ritmo y disfrutar del silencio del agua, de la atención a los movimientos y a la respiración.
Más tarde empezaba el curso de origami que damos con Masao. Tuve que llegar en taxi, porque había una marcha y los colectivos estaban desviados y ya no hacía a tiempo a esperar con el tránsito tan atravesado. El taxista venía escuchando una radio cordobesa. La gente llamaba y le hacía preguntas a un oculista, que respondía con precisión, como si en realidad estuviera viendo a los pacientes en el estudio. El taxista me dijo que le encantaba ese programa. Que todos los médicos que iban eran “eminencias” con años de experiencia, y tan generosos de compartir lo que sabían. A mí me resultaban más bien confusas las respuestas tan específicas. No eran qué hacer si se te metió una basurita en el ojo, si no, tengo glaucoma nivel dos y así las respuestas. Pero me cayó muy bien que el señor disfrutara tanto de su radio cordobesa.
Me acordé que una vez cuando tendría ocho o nueve años, estábamos de vacaciones en la costa y salimos a caminar con mi mamá o hacer alguna compra, y una señora le empezó a hablar y caminó con nosotros un par de cuadras, y mi mamá le seguía la conversación, que no recuerdo sobre qué era, pero supongo más bien intrascendente. Después la señora se despidió y seguimos. Le pregunté a mi mamá de dónde la conocía, quién era y ella me dijo que no sabía, que no la había visto antes en su vida, pero que notó que la señora estaba sola y necesitaba charlar un rato, y entonces le charló.
Supongo que así aprendí que había que ser amable con los desconocidos.
¿Por qué me acordé de esto ahora después de tantos años, un día de frío intenso tan diferente a ese de verano de la infancia?
¿Será por ese momento que siempre pienso que la gente te sorprende? Y no solo por los desconocidos. Me acuerdo perfecto cómo me sorprendió la respuesta de mi mamá en esa caminata.
La clase de origami estuvo muy bien. Calculamos con Masao que la última vez que habíamos dado este curso fue hace unos tres años. Sin embargo, enseguida recuperamos el ritmo, nos divertimos mucho dando clases juntos y creo que se nota. La gente estaba muy contenta y entusiasta.
Ya era de noche cuando empezamos y noche cerradísima de luna nueva cuando terminamos. Me pasó a buscar Leandro, que terminaba cerca de trabajar. Nos despedimos de todos, con las bufandas hasta la nariz, guantes, y esa sensación de salir lo antes posible para llegar pronto a refugio.
Nosotros, en cambio, decidimos ir a comer a un lugar que quedaba a unas seis o siete cuadras de ahí. El barrio, con todas los negocios cerrados, salvo los de comida, se sentía bastante desierto. Atravesamos la plaza. Mientras caminábamos, tuve la sensación de estar en una ciudad de la costa, con el viento fresco que corría en un sentido, como viniendo del mar, de ahí a unas cuadras. Un mar imaginario que bordea cada barrio en las noches de invierno. Comimos rico, charlamos un poco, nos reímos. Le conté un sueño que a esa hora y después del día tan largo todavía tenía vívido y me seguía resultando curioso, pero ahora apenas lo recuerdo.
Cuando salimos del bar todavía caminamos otras cuadras hasta la avenida para tomarnos un taxi. Al llegar a casa tenía que sentarme a preparar una clase para el día siguiente. Compramos golosinas de postre. Nos dijimos apodos tiernos de enamorados.
Me sorprendí a mí misma, que siempre festejo el verano y el calor y la humedad, notando que la noche de frío no solo no me resultaba inhóspita, si no que lo estaba pasando bien, en la calle, en ese día largo, en esa noche sin luna. Como si el frío estuviera ahí, contento de estar también, entusiasmado porque la gente se la pasa admirándolo: pucha, qué frío, y el frío cada vez más orgulloso y rebosante de saber que hace bien lo que le gusta hacer.
En cuanto me desperté vi por la ventana unos tréboles que brotaron como yuyo en una maceta del alféizar y se recortaban contra el cielo plateado del amanecer, siluetas de hojas corazón, y pensé que ese minúsculo paisaje era hermoso, como un dibujo que me gustaría hacer, para acordármelo siempre.
Me puso contenta que ya no era noche cerrada, que se nota que los días, a pesar de que sigue el invierno, son ya un poco más largos. Hace poco arreglamos el calefón y no era tan terrible la idea de salir de la cama porque ya estaba resuelto lo del agua caliente. Tenía médico antes de la oficina, así que al caminar hacia el subte ya vi clarear a lo lejos. Y al salir del subte ya era del todo de día. Con la médica hablamos de viajes y de mundos posibles. Esas conversaciones que te sorprenden por el contexto, como encontrarte en el bolsillo de un saco que no usás desde el año pasado algo de plata, o mejor: alguna entrada vieja de cine, un papelito, algo que te deja de golpe en una visita emotiva al pasado.
El trabajo estuvo bien. Salir a comprar comida al mediodía y sentir el sol, aunque sea un par de cuadras, en el medio del día helado, siempre está bien. La comida es más rica, se me ocurre, con la pausa en las tareas, la intención de buscarla. Claro que no se parece a cocinar, pero en el equivalente del mundo oficina, ya es un montón despegarse un rato de la computadora, de lo pendiente y hacer una pausa, estirar las piernas un poco, respirar.
Después, y pese al frío que pedía a gritos una siesta, me fui a nadar. La pileta del club, en un quinto piso, con la cúpula de vidrio hacia el cielo, me sigue pareciendo uno de los lugares más lindos de la ciudad. En un tramo todavía daba el reflejo del sol del atardecer en el agua. Se ve que muchos fueron amedrentados por el tiempo. Solo tres o cuatro personas tomando una clase, y dos nadando en pileta libre, así que podía nadar a mi ritmo y disfrutar del silencio del agua, de la atención a los movimientos y a la respiración.
Más tarde empezaba el curso de origami que damos con Masao. Tuve que llegar en taxi, porque había una marcha y los colectivos estaban desviados y ya no hacía a tiempo a esperar con el tránsito tan atravesado. El taxista venía escuchando una radio cordobesa. La gente llamaba y le hacía preguntas a un oculista, que respondía con precisión, como si en realidad estuviera viendo a los pacientes en el estudio. El taxista me dijo que le encantaba ese programa. Que todos los médicos que iban eran “eminencias” con años de experiencia, y tan generosos de compartir lo que sabían. A mí me resultaban más bien confusas las respuestas tan específicas. No eran qué hacer si se te metió una basurita en el ojo, si no, tengo glaucoma nivel dos y así las respuestas. Pero me cayó muy bien que el señor disfrutara tanto de su radio cordobesa.
Me acordé que una vez cuando tendría ocho o nueve años, estábamos de vacaciones en la costa y salimos a caminar con mi mamá o hacer alguna compra, y una señora le empezó a hablar y caminó con nosotros un par de cuadras, y mi mamá le seguía la conversación, que no recuerdo sobre qué era, pero supongo más bien intrascendente. Después la señora se despidió y seguimos. Le pregunté a mi mamá de dónde la conocía, quién era y ella me dijo que no sabía, que no la había visto antes en su vida, pero que notó que la señora estaba sola y necesitaba charlar un rato, y entonces le charló.
Supongo que así aprendí que había que ser amable con los desconocidos.
¿Por qué me acordé de esto ahora después de tantos años, un día de frío intenso tan diferente a ese de verano de la infancia?
¿Será por ese momento que siempre pienso que la gente te sorprende? Y no solo por los desconocidos. Me acuerdo perfecto cómo me sorprendió la respuesta de mi mamá en esa caminata.
La clase de origami estuvo muy bien. Calculamos con Masao que la última vez que habíamos dado este curso fue hace unos tres años. Sin embargo, enseguida recuperamos el ritmo, nos divertimos mucho dando clases juntos y creo que se nota. La gente estaba muy contenta y entusiasta.
Ya era de noche cuando empezamos y noche cerradísima de luna nueva cuando terminamos. Me pasó a buscar Leandro, que terminaba cerca de trabajar. Nos despedimos de todos, con las bufandas hasta la nariz, guantes, y esa sensación de salir lo antes posible para llegar pronto a refugio.
Nosotros, en cambio, decidimos ir a comer a un lugar que quedaba a unas seis o siete cuadras de ahí. El barrio, con todas los negocios cerrados, salvo los de comida, se sentía bastante desierto. Atravesamos la plaza. Mientras caminábamos, tuve la sensación de estar en una ciudad de la costa, con el viento fresco que corría en un sentido, como viniendo del mar, de ahí a unas cuadras. Un mar imaginario que bordea cada barrio en las noches de invierno. Comimos rico, charlamos un poco, nos reímos. Le conté un sueño que a esa hora y después del día tan largo todavía tenía vívido y me seguía resultando curioso, pero ahora apenas lo recuerdo.
Cuando salimos del bar todavía caminamos otras cuadras hasta la avenida para tomarnos un taxi. Al llegar a casa tenía que sentarme a preparar una clase para el día siguiente. Compramos golosinas de postre. Nos dijimos apodos tiernos de enamorados.
Me sorprendí a mí misma, que siempre festejo el verano y el calor y la humedad, notando que la noche de frío no solo no me resultaba inhóspita, si no que lo estaba pasando bien, en la calle, en ese día largo, en esa noche sin luna. Como si el frío estuviera ahí, contento de estar también, entusiasmado porque la gente se la pasa admirándolo: pucha, qué frío, y el frío cada vez más orgulloso y rebosante de saber que hace bien lo que le gusta hacer.
jueves, 22 de octubre de 2015
Me pica la cabeza
Me pica la cabeza, pero me pica del lado de adentro. Me incomoda. Hay demasiado ruido adentro de esta cabeza. Entonces me la saco. La desenrosco. O encuentro el botón, el dispositivo que despega la cabeza. En su lugar, y para que no dé impresión, me pongo una manzana. Salgo a la calle. La manzana es roja y perfumada. Tentadora. Demasiado tentadora. Se acerca un loro y se posa en la manzana. Qué tierno, pienso con mi cabeza de manzana. Viene otro loro. Y otro más. Los tres loros hacen ruido de loro. Discuten algo, se nota. Están intentando ponerse de acuerdo. Yo sigo caminando. Pienso que en todo caso el ruido de los loros es mejor al ruido que tenía en mi cabeza anterior. Mi cabeza manzana solo tiene ruido perfumado a pulpa de fruta, las ideas en esta cabeza nueva son sabrosas y tranquilas, crecen al sol, maduran con la confianza de la naturaleza. Los loros ya se van a ir. Discuten más fuerte ahora. Llega un cuarto loro. Se me para en el hombro. Y sin discutir nada con los tres anteriores, da un picotazo a mi cabeza manzana y se come un pedazo. Se pudre todo con los otros loros. Hacen un revuelo. Y empiezan a picotear como locos también. Se comen toda la manzana. Me queda el corazón de la manzana por cabeza. Ahora, escucho pensamientos de semillas. Pensamientos de ramas y hojas, deseos de agua, de tierra, de sol, de sombra. Pensamientos de futuras manzanas.
miércoles, 7 de octubre de 2015
Hay dos en la pileta que son amantes
Hay dos en la pileta que son amantes.
La semana pasada los noté, y pensé que él era entrenador y ella nadadora, pero hoy me doy cuenta de que son amantes.La semana pasada ella me pareció bastante más joven que él, pero hoy creo que no se deben llevar tanto. Que él parece mayor, pero que ella no es tan joven tampoco.Tal vez ellos no saben todavía que son amantes, pero lo son.La semana pasada me molestaba un poco su presencia, me resultaba incómodo que se quedaran en la punta del andarivel, charlando, sin salir a nadar, ocupando el lugar poco profundo del carril señalado como rápido.La pileta está dividida en andariveles rápidos, lentos y recreativos. En el recreativo no hubieran llamado la atención, es donde la gente se queda flotando a su suerte, o estirando, o conversando, o meditando, o probando algún ejercicio.Pero en el andarivel rápido solo andan los que entrenan, los que no se detienen al llegar a un lado a recuperar el aire y la fuerza para seguir. Yo uso el lento, claro, pero cada vez que llegaba a la parte baja los veía ahí, en el andarivel de al lado, charlando en el agua, como quien está en la orilla del mar, refrescándose, y conversando como el si el resto del mundo no existiera. Por eso me doy cuenta ahora, retroactivamente, de que son amantes.La semana pasada pensé que hablaban de temas de natación. Les asigné mentalmente el rol de entrenador y nadadora y consideré que ya debían haber tenido su sesión de entrenamiento y que ahora se extendían un poco en una charla por alguna cosa particular.Hoy me doy cuenta de que ella no tiene cuerpo de entrenar natación, y mucho menos él de entrenador. Y además, los entrenadores nunca están en el agua con los entrenados, indican desde afuera, vestidos, o casi.Los escucho hablar del almuerzo, de dónde se van a encontrar en breve. Una segunda cita, después de que cada uno pase por el vestuario correspondiente. Me pregunto en qué clase de relación hace falta esta previa, acuática, pública, en donde no se tocan pero no se callan y no dejan tampoco de moverse. Ella da algunos saltitos cada tanto, estira. Él alisa con la mano la superficie del agua que le llega a la cintura, con insistencia, como quien estira una sábana tendida, un mantel. Me pregunto qué pensarán en esa ducha solitaria ahora, como intermedio de la cita. Me pregunto también si serán muy diferentes vestidos con ropa de calle, A veces es difícil reconocer a la gente que uno conoce en malla.Me pregunto, sobre todo, cómo se conocieron y cuál es este ritual de amantes en la pileta.Porque no es exactamente tensión sexual, no es que en cuanto no haya gente alrededor no van a poder sacarse las manos de encima por horas. Son amantes así, ahora, frente a todos. Son amantes, se nota, porque no les importan nada los nadadores que llegan y vuelven a salir nadando a su lado, que tienen que esquivarlos para tocar el borde de la pileta y dar la vuelta. Son amantes porque no hay resto del mundo que les importe, no existe nada más allá de esa conversación que tienen, y que probablemente recuerden, pasado el tiempo, en otro lado, sin referencia a este paisaje extraño que los constituye como tales. Un día ella se va a acordar, casi como el recuerdo de un sueño, “una vez tuve un amante en el centro”, y él le va a contar, en una trasnoche, a alguna amiga, “una vez tuve una amante delgada, de rulos, que no paraba de sonreir”.
La semana pasada los noté, y pensé que él era entrenador y ella nadadora, pero hoy me doy cuenta de que son amantes.La semana pasada ella me pareció bastante más joven que él, pero hoy creo que no se deben llevar tanto. Que él parece mayor, pero que ella no es tan joven tampoco.Tal vez ellos no saben todavía que son amantes, pero lo son.La semana pasada me molestaba un poco su presencia, me resultaba incómodo que se quedaran en la punta del andarivel, charlando, sin salir a nadar, ocupando el lugar poco profundo del carril señalado como rápido.La pileta está dividida en andariveles rápidos, lentos y recreativos. En el recreativo no hubieran llamado la atención, es donde la gente se queda flotando a su suerte, o estirando, o conversando, o meditando, o probando algún ejercicio.Pero en el andarivel rápido solo andan los que entrenan, los que no se detienen al llegar a un lado a recuperar el aire y la fuerza para seguir. Yo uso el lento, claro, pero cada vez que llegaba a la parte baja los veía ahí, en el andarivel de al lado, charlando en el agua, como quien está en la orilla del mar, refrescándose, y conversando como el si el resto del mundo no existiera. Por eso me doy cuenta ahora, retroactivamente, de que son amantes.La semana pasada pensé que hablaban de temas de natación. Les asigné mentalmente el rol de entrenador y nadadora y consideré que ya debían haber tenido su sesión de entrenamiento y que ahora se extendían un poco en una charla por alguna cosa particular.Hoy me doy cuenta de que ella no tiene cuerpo de entrenar natación, y mucho menos él de entrenador. Y además, los entrenadores nunca están en el agua con los entrenados, indican desde afuera, vestidos, o casi.Los escucho hablar del almuerzo, de dónde se van a encontrar en breve. Una segunda cita, después de que cada uno pase por el vestuario correspondiente. Me pregunto en qué clase de relación hace falta esta previa, acuática, pública, en donde no se tocan pero no se callan y no dejan tampoco de moverse. Ella da algunos saltitos cada tanto, estira. Él alisa con la mano la superficie del agua que le llega a la cintura, con insistencia, como quien estira una sábana tendida, un mantel. Me pregunto qué pensarán en esa ducha solitaria ahora, como intermedio de la cita. Me pregunto también si serán muy diferentes vestidos con ropa de calle, A veces es difícil reconocer a la gente que uno conoce en malla.Me pregunto, sobre todo, cómo se conocieron y cuál es este ritual de amantes en la pileta.Porque no es exactamente tensión sexual, no es que en cuanto no haya gente alrededor no van a poder sacarse las manos de encima por horas. Son amantes así, ahora, frente a todos. Son amantes, se nota, porque no les importan nada los nadadores que llegan y vuelven a salir nadando a su lado, que tienen que esquivarlos para tocar el borde de la pileta y dar la vuelta. Son amantes porque no hay resto del mundo que les importe, no existe nada más allá de esa conversación que tienen, y que probablemente recuerden, pasado el tiempo, en otro lado, sin referencia a este paisaje extraño que los constituye como tales. Un día ella se va a acordar, casi como el recuerdo de un sueño, “una vez tuve un amante en el centro”, y él le va a contar, en una trasnoche, a alguna amiga, “una vez tuve una amante delgada, de rulos, que no paraba de sonreir”.
miércoles, 23 de septiembre de 2015
Lluvia de primavera
Salgo del subte y
llueve
pero
no hace frío.
Está hermosa la lluvia.
Es más llovizna que lluvia
y es
tal vez
más bruma que llovizna.
Camino varias cuadras
y el agua
suave
se te acerca a la piel.
No cae
solo se acerca.
Como una caricia
tímida
pero
amorosa
de todo el universo.
lunes, 28 de abril de 2014
Hojas sobre la almohada
Con unos poquitos poemas que andan por este blog, y otros varios que salen por primera vez a los ojos de los lectores, presento aquí un pequeño libro de poemas con mucha contentura y emoción.
Ilustrado por Fernando Calvi, editado por Luciana Murzi en Abran Cancha y con diseño de Delius, a quienes va todo mi agradecimiento por tan lindo y amable trabajo.
Ilustrado por Fernando Calvi, editado por Luciana Murzi en Abran Cancha y con diseño de Delius, a quienes va todo mi agradecimiento por tan lindo y amable trabajo.
Dice la contratapa:
Sobre la almohada nos esperan hojas de poesía y viajes secretos, historias de animales salvajes, estrellas, pájaros, flores, lluvias, peces, grillos, silencios, semillas y sorpresas. Como un recorte de muchas páginas despiertas y varios sueños juntos, las poesías de Natalia Méndez nos mecen en el vaivén de una brisa suave, ideal para imaginar lo imposible.
Y cuando los libros se cierran, la puerta de entrada a los sueños por fin se abre. ¿Qué cosas llegarán a la orilla de la mañana? ¿El hechizo de las historias se romperá? ¿Dicen lo mismo las palabras a la luz del día? Para descubrirlo basta con apoyar la cabeza en la almohada y viajar por estos versos.
Así se ve en el stand de Abran Cancha, en la Feria del libro. Voy a firmar -tímidamente- ejemplares ahí este sábado 3 a las 15.
Y sí, está impreso con tinta flúo. Pongo esta foto de la tapa y una del interior, para que se vea en todo su brillar.
sábado, 18 de enero de 2014
diario. V. sábado
Dormir después de nadar promueve sueños transparentes, flotantes, acuosos.
Pero, ah, nadar después de tantos años sin nadar. El cuerpo recuerda todos los movimientos sin pensar. Viejos conocidos: el agua y el cuerpo.
Pero ahora, reentrenar los músculos y los pulmones. Recuperar el aire en el agua. Desarrollar agallas. Temporada de sueños blandos.
Pero, ah, nadar después de tantos años sin nadar. El cuerpo recuerda todos los movimientos sin pensar. Viejos conocidos: el agua y el cuerpo.
Pero ahora, reentrenar los músculos y los pulmones. Recuperar el aire en el agua. Desarrollar agallas. Temporada de sueños blandos.
jueves, 9 de enero de 2014
Presupuestos
Hubo que achicar
el presupuesto
de los sueños.
Así que anoche
soñé
tangencialmente
con.
Estaba a la entrada del bosque,
que son menos árboles
para el decorado
que si el bosque entero.
Había solo tres enanos,
no siete
como se suponía que.
Me convidaron
una manzana dorada,
que sobró de otro.
Y no había príncipe para.
Total, sonaba el despertador.
También hubo que achicar
el presupuesto
de la poesía,
así que algunas oraciones
quedan sin.
el presupuesto
de los sueños.
Así que anoche
soñé
tangencialmente
con.
Estaba a la entrada del bosque,
que son menos árboles
para el decorado
que si el bosque entero.
Había solo tres enanos,
no siete
como se suponía que.
Me convidaron
una manzana dorada,
que sobró de otro.
Y no había príncipe para.
Total, sonaba el despertador.
También hubo que achicar
el presupuesto
de la poesía,
así que algunas oraciones
quedan sin.
lunes, 2 de diciembre de 2013
diario. IV. lunes
Hace tanto calor que hasta yo tengo calor. Tal vez sea solo porque es de los primeros calores de la temporada.
Tuve que salir a la calle y volver. Y no me puedo recuperar. La calle -el sol- es como una masa espesa y pegajosa que cuesta atravesar. Ese calor que se ve y que pesa, que cae encima de todo y lo aplasta. Como una cuota extra de la ley de gravedad. Definitivamente me siento más pegada al suelo, más petisa incluso. Las vértebras apelmazadas unas con otras. De pronto, tengo la sensación de querer colgarme de algo, de querer estirarme, si no fuera porque el movimiento es caro con este calor. Quizás de que alguien me levante, como si fuera un almohadón aplastado, y me sacuda un poco las plumas y me deje de vuelta, esponjosa, con aire.
O mejor: quiero volver a la vida de ballena. Ese cuerpo inmenso que se desplaza en el agua como si fuera liviano. Y nadar y nadar y nadar, sin pensar.
Tuve que salir a la calle y volver. Y no me puedo recuperar. La calle -el sol- es como una masa espesa y pegajosa que cuesta atravesar. Ese calor que se ve y que pesa, que cae encima de todo y lo aplasta. Como una cuota extra de la ley de gravedad. Definitivamente me siento más pegada al suelo, más petisa incluso. Las vértebras apelmazadas unas con otras. De pronto, tengo la sensación de querer colgarme de algo, de querer estirarme, si no fuera porque el movimiento es caro con este calor. Quizás de que alguien me levante, como si fuera un almohadón aplastado, y me sacuda un poco las plumas y me deje de vuelta, esponjosa, con aire.
O mejor: quiero volver a la vida de ballena. Ese cuerpo inmenso que se desplaza en el agua como si fuera liviano. Y nadar y nadar y nadar, sin pensar.
miércoles, 23 de octubre de 2013
diario. III. miércoles
Las cosas por hacer, que se asoman pendientes como la superficie de un iceberg mientras flotamos a la deriva.
A veces una corriente nos acerca un poco, y a veces nos aleja.
Pero te hago, a la distancia, un gesto: levanto la mano por encima del agua, la agito un poco y al reconocerme, sé que sonreís. Se te ilumina la cara y esa luz lo llena todo. La tarde está soleada.
A veces una corriente nos acerca un poco, y a veces nos aleja.
Pero te hago, a la distancia, un gesto: levanto la mano por encima del agua, la agito un poco y al reconocerme, sé que sonreís. Se te ilumina la cara y esa luz lo llena todo. La tarde está soleada.
diario. II. miércoles
Hace un rato se puso el cielo negro y se levantó un viento que venía del norte y volaba las cosas, así, en el frente de tormenta. Pero después pasó y volvió a salir el sol y todo estaba en su lugar. Como un remolino que levanta lo que se cruza, despeina el paisaje, pero después con una brisa calma vuelve a dejar todo como lo encontró.
domingo, 13 de octubre de 2013
diario. I. domingo
Me gustaría saber hacer algo bien. Pero bien posta. Como esos gimnastas que dan vueltas en el aire y caen con precisión, y que se nota que es la precisión justa, que por un poquito hubieran fallado, pero no. Con el tiempo, ¿serán los años? me doy cuenta de que esa sensación de que todos los demás saben hacer algo y yo no es mentira, que o nadie sabe hacer nada en realidad, o nadie cree que sabe hacer nada o yo también sé hacer cosas y no me lo creo. Digo, que no estoy en condiciones diferentes con respecto a saber hacer cosas. No sé hacer un pastel de papas, pero se me ocurre que si me pusiera a hacerlo, puedo. Algo así. Lo que a mí me gusta es la precisión del que hizo cientos de pasteles de papas y entonces conoce de antemano de qué tamaño es la pizca de sal que tiene que agregar. Y pienso que la pizca de sal es infalible, que siempre el otro -los demás- saben cómo es esa pizca menos yo.
Pero una parte mía sabe que no es cierto eso: que cualquiera, por más experto cocinero que sea, se puede equivocar con la sal. Y que yo, para saberlo, debería empezar por un pastel de papas. Pero no hago ni uno. Es raro cómo funciona la cabeza, cómo funciona todo, supongo.
Pero tal vez, es solo culpa de esta tarde de domingo que me encuentra un poco sonsa.
Me suena en la cabeza una cita que explica un poco esto, de mi amigo Eduardo, de una novela sin publicar aún:
"Era curioso cómo las cosas deshechas se parecían a las cosas en plan de hacerse; debía buscar a algún físico preocupado por la flecha del tiempo para decírselo." (EAG)
Me parece una cita tan apropiada para un domingo.
Pero una parte mía sabe que no es cierto eso: que cualquiera, por más experto cocinero que sea, se puede equivocar con la sal. Y que yo, para saberlo, debería empezar por un pastel de papas. Pero no hago ni uno. Es raro cómo funciona la cabeza, cómo funciona todo, supongo.
Pero tal vez, es solo culpa de esta tarde de domingo que me encuentra un poco sonsa.
Me suena en la cabeza una cita que explica un poco esto, de mi amigo Eduardo, de una novela sin publicar aún:
"Era curioso cómo las cosas deshechas se parecían a las cosas en plan de hacerse; debía buscar a algún físico preocupado por la flecha del tiempo para decírselo." (EAG)
Me parece una cita tan apropiada para un domingo.
martes, 26 de febrero de 2013
Confianza
(Nadie sabe
cómo empezó,
pero de repente
estás ahí
sobrevolando la nada
y hay que saltar
y esperás
ver
un colchón,
tierra firme,
un portaviones,
una isla,
un barquito,
un tronco al menos
flotando a la deriva
pero nada.
Hay nada para donde mires
y nada más.
Y en eso
como un flash de información
-algo que tus tripas ya sospechaban-
sabés
que tenés que saltar igual
que siempre hay algo,
-la nada, en todo caso, es aire y agua tal vez y todo eso-
una pelusa
que se junta con otra pelusa
y un pastito que no habías visto desde lo alto
y una piedrita
se van acercando
se vuelven piso
puerta
red
a tu medida
-a la medida de tu salto-
para que puedas llegar
tranquilo.)
Será
que
hay
que
saltar
al vacío
sin pensar
demasiado
y el mundo
mientras tanto
abajo
se configura para recibirnos.
cómo empezó,
pero de repente
estás ahí
sobrevolando la nada
y hay que saltar
y esperás
ver
un colchón,
tierra firme,
un portaviones,
una isla,
un barquito,
un tronco al menos
flotando a la deriva
pero nada.
Hay nada para donde mires
y nada más.
Y en eso
como un flash de información
-algo que tus tripas ya sospechaban-
sabés
que tenés que saltar igual
que siempre hay algo,
-la nada, en todo caso, es aire y agua tal vez y todo eso-
una pelusa
que se junta con otra pelusa
y un pastito que no habías visto desde lo alto
y una piedrita
se van acercando
se vuelven piso
puerta
red
a tu medida
-a la medida de tu salto-
para que puedas llegar
tranquilo.)
Será
que
hay
que
saltar
al vacío
sin pensar
demasiado
y el mundo
mientras tanto
abajo
se configura para recibirnos.
lunes, 22 de octubre de 2012
Niña pájaro
Aunque me quede
completamente
inmóvil,
aunque me crezcan
hojas en la cabeza
y los brazos
se me conviertan en ramas,
¿cómo sabe el pájaro
de mi deseo
de ser árbol
para su nido,
si tan niña
vuelvo a ser
cada mañana?
Si tan niña soy
sin raíces,
niña semilla
que se lleva el viento.
Deseo de niña pájaro:
ser árbol por un rato.
Deseo de niña de alas:
encontrar un abrazo
en donde hacer nido.
completamente
inmóvil,
aunque me crezcan
hojas en la cabeza
y los brazos
se me conviertan en ramas,
¿cómo sabe el pájaro
de mi deseo
de ser árbol
para su nido,
si tan niña
vuelvo a ser
cada mañana?
Si tan niña soy
sin raíces,
niña semilla
que se lleva el viento.
Deseo de niña pájaro:
ser árbol por un rato.
Deseo de niña de alas:
encontrar un abrazo
en donde hacer nido.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Lo que es
Me decís:
“Todo es demasiado frágil”.
Y yo pienso, sin embargo,
que todo me parece
demasiado sólido últimamente,
lleno de aristas,
de peso, de materia
imposible de atravesar.
Hasta el aire.
Ir de una esquina a otra
del cuarto.
Es como nadar
en una masa
pegajosa y espesa.
Hasta el tiempo.
Se vuelven falsas
todas sus metáforas líquidas:
que se desliza, se derrama.
Pero no.
Hasta el tiempo me parece
demasiado contundente.
Hasta las cosas que no son
hacen sombra,
ocupan un lugar.
Lo que no es
tapa la vista
de lo que podría ser.
“Todo es demasiado frágil”.
Y yo pienso, sin embargo,
que todo me parece
demasiado sólido últimamente,
lleno de aristas,
de peso, de materia
imposible de atravesar.
Hasta el aire.
Ir de una esquina a otra
del cuarto.
Es como nadar
en una masa
pegajosa y espesa.
Hasta el tiempo.
Se vuelven falsas
todas sus metáforas líquidas:
que se desliza, se derrama.
Pero no.
Hasta el tiempo me parece
demasiado contundente.
Hasta las cosas que no son
hacen sombra,
ocupan un lugar.
Lo que no es
tapa la vista
de lo que podría ser.
viernes, 3 de agosto de 2012
Paraguas
La escalera mecánica
de salida
del subte a la calle
llena de gente.
Llueve.
Desde abajo veo
a partir de la mitad de la escalera,
cuando se acaba el techo,
la gente va abriendo los paraguas,
con ritmo.
Paraguas de distintos colores y tamaños que se abren
y van subiendo.
Yo también abro mi paraguas a esa altura
y me vuelvo parte de la danza.
de salida
del subte a la calle
llena de gente.
Llueve.
Desde abajo veo
a partir de la mitad de la escalera,
cuando se acaba el techo,
la gente va abriendo los paraguas,
con ritmo.
Paraguas de distintos colores y tamaños que se abren
y van subiendo.
Yo también abro mi paraguas a esa altura
y me vuelvo parte de la danza.
lunes, 16 de julio de 2012
...
Pensaba en cosas frágiles
mientras lavaba
unas cacerolas y fuentes
de acero.
Cuando hice una pila
en la mesada
para dejarlas secar,
tambalearon.
Y entreverada
en mis pensamientos
pegué un salto
para atajarlas
como si fueran a romperse
como si fueran frágiles
como burbujas
como cristales
como este sentimiento
volátil
y sin nombre.
mientras lavaba
unas cacerolas y fuentes
de acero.
Cuando hice una pila
en la mesada
para dejarlas secar,
tambalearon.
Y entreverada
en mis pensamientos
pegué un salto
para atajarlas
como si fueran a romperse
como si fueran frágiles
como burbujas
como cristales
como este sentimiento
volátil
y sin nombre.
domingo, 10 de junio de 2012
Ciencia de domingo
Está comprobado científicamente:
el sillón
ejerce una fuerza de atracción
hacia mí.
Incluso cuando estoy
en el punto más alejado
de mi órbita
-sentada en la oficina, por ejemplo-
siento esa fuerza que me atrae
y suspiro:
ay, si estuviera en mi sillón.
Está claro
que es culpa del sillón
que quiera quedarme en casa
todo lo posible.
Si el sillón no estuviera
ejerciendo su fuerza atractiva
quizás visitaría más amigos,
pasaría las tardes en la plaza,
los fines de semana en el campo,
alguna temporada en el extranjero...
Eso, si no estuviera este sillón en casa
seguro viviría viajando
con unas pocas cosas en una valija
y chau,
me tomo un barco,
me tomo un avión,
o un cohete espacial y me voy a la Luna,
o a visitar Neptuno por unos días,
ese planeta lejano donde no hay sillones
porque se vuelan.
Está comprobado científicamente.
el sillón
ejerce una fuerza de atracción
hacia mí.
Incluso cuando estoy
en el punto más alejado
de mi órbita
-sentada en la oficina, por ejemplo-
siento esa fuerza que me atrae
y suspiro:
ay, si estuviera en mi sillón.
Está claro
que es culpa del sillón
que quiera quedarme en casa
todo lo posible.
Si el sillón no estuviera
ejerciendo su fuerza atractiva
quizás visitaría más amigos,
pasaría las tardes en la plaza,
los fines de semana en el campo,
alguna temporada en el extranjero...
Eso, si no estuviera este sillón en casa
seguro viviría viajando
con unas pocas cosas en una valija
y chau,
me tomo un barco,
me tomo un avión,
o un cohete espacial y me voy a la Luna,
o a visitar Neptuno por unos días,
ese planeta lejano donde no hay sillones
porque se vuelan.
Está comprobado científicamente.
lunes, 21 de mayo de 2012
Lluvia de balcón
Pasa el viernes
y el sábado
y pienso:
“Debería regar”
pero ni salgo al balcón.
Para la noche del domingo
se larga a llover.
Pero no entra la lluvia
al balcón,
por cuestiones de arquitectura
y viento,
supongo.
Enseguida lleno la regadera
y me pongo a regar.
Es que imagino que las plantas
escuchan la lluvia ahí nomás
y les da ganas de agua.
y el sábado
y pienso:
“Debería regar”
pero ni salgo al balcón.
Para la noche del domingo
se larga a llover.
Pero no entra la lluvia
al balcón,
por cuestiones de arquitectura
y viento,
supongo.
Enseguida lleno la regadera
y me pongo a regar.
Es que imagino que las plantas
escuchan la lluvia ahí nomás
y les da ganas de agua.
martes, 8 de mayo de 2012
Deportes
A veces creo
que en una carrera de obstáculos
debería ganar
no el que llega primero
volando por encima de todo,
si no el que con cuidado
desarma cada valla
y atraviesa la pista
y se encuentra la meta
muy tarde
pero con las manos llenas
de varillas y tornillos
y con las ganas
de construir algo con todo eso
aunque ya no haya medallas.
Parece una lección barata de libro de autoayuda,
lo sé, pero no intenta serlo.
Quizás es más bien que descubro
que me gusta ir despacio,
que no me gusta saltarme nada,
y esta extraña afición
a las cajas de herramientas.
que en una carrera de obstáculos
debería ganar
no el que llega primero
volando por encima de todo,
si no el que con cuidado
desarma cada valla
y atraviesa la pista
y se encuentra la meta
muy tarde
pero con las manos llenas
de varillas y tornillos
y con las ganas
de construir algo con todo eso
aunque ya no haya medallas.
Parece una lección barata de libro de autoayuda,
lo sé, pero no intenta serlo.
Quizás es más bien que descubro
que me gusta ir despacio,
que no me gusta saltarme nada,
y esta extraña afición
a las cajas de herramientas.
domingo, 29 de abril de 2012
Sueño salvaje
Olía cada cosa
sin pudor
y quería probarlo
todo.
Algunas personas
se acercaban
y me apretaban los cachetes,
me revolvían la cabeza,
sonreían ferozmente
y decían cosas rarísimas
en un tono
un tanto agudo.
Anoche soñé que era perro.
O niñito.
sin pudor
y quería probarlo
todo.
Algunas personas
se acercaban
y me apretaban los cachetes,
me revolvían la cabeza,
sonreían ferozmente
y decían cosas rarísimas
en un tono
un tanto agudo.
Anoche soñé que era perro.
O niñito.
jueves, 12 de enero de 2012
Así las cosas
Pienso:
el día que no te quiera más
no voy a tener corazón
para decírtelo.
Pienso después:
si me importa tanto
lo que diga mi corazón
en ese momento
es que no voy a tener
nada que decirte
en realidad
sobre dejar de quererte
y más bien
todo lo contrario.
lunes, 9 de enero de 2012
Tormenta de verano
Sol de verano.
Esos días en que parece que no hay nada más que sol.
Calorón,
ni una nube.
Todo es reflejo derretido.
Aire espeso.
Tremendo día
ahí afuera.
Tremenda tormenta
en mí, mientras tanto,
como si nada.
jueves, 29 de diciembre de 2011
(Des) balance de último minuto
Descubro
que me volví
una troglodita de almendras.
Duermo la siesta
a deshoras.
Cruzo la calle
por la mitad de la cuadra,
en inútil desobediencia.
Vuelvo de la peluquería
agarro la tijera
y corto
más de un lado que del otro
sin mucha atención
ni sentido de la estética.
(Qué difícil que es
cortarse el pelo
en espejo.
Tan fácil que parecía
hace un rato
hecho por profesionales.)
Creo que va a llover
y salgo sin paraguas.
Odio con fervor
las bocinas de los autos
(y a los que las tocan).
Quiero sentarme
un rato a leer
y se quema la lamparita
(de esas que no se queman nunca
supuestamente)
y se me nubla la vista
y mi mente vaga
y pienso demasiado
en que no,
que no es el calendario
el que acomoda
ni desacomoda
las cosas.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Silencio
Ni siquiera
son las respuestas.
Las que me faltan
son las palabras
para formular
las preguntas.
son las respuestas.
Las que me faltan
son las palabras
para formular
las preguntas.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Trasnoche
Desde mi ventana
veo
solo otra ventana
con la luz encendida
que se recorta
en la oscuridad
falsa
de la ciudad.
Luna rectangular.
¿Seré yo
la mujer en la luna
para alguien
también
de trasnoche?
veo
solo otra ventana
con la luz encendida
que se recorta
en la oscuridad
falsa
de la ciudad.
Luna rectangular.
¿Seré yo
la mujer en la luna
para alguien
también
de trasnoche?
martes, 27 de septiembre de 2011
Ordenar
Ordenar.
El placard la biblioteca los papeles los lápices de colores los sentimientos los aritos las hebillas las emociones los juguetes las macetas los muebles la cabeza la vajilla.
Ordenar afuera para ordenar adentro.
Ordenar hasta el borde de la locura el borde de la cordura.
Ordenar hasta el hartazgo hasta la madrugada hasta el desorden.
miércoles, 17 de agosto de 2011
Dos imágenes
Hace casi dos meses murió mi abuela.
Unos días después de su cumpleaños volvió a empeorar y ya no se recuperó.
No pude escribir antes sobre esto y sigo sin encontrar demasiado qué decir, pero hoy la extraño especialmente, así que no quería dejar pasar la ocasión de hablar de ella una vez más.
Yo sé que es el orden de la vida, y que vivió largo y muy bien y alegre, pero -egoístamente, tal vez- me pone triste igual y siento un agujero enorme. También, claro, me pone contenta haberla conocido así, haber compartido un tercio de su vida, haberme divertido tanto con ella.
Fue mi abuela de grande. Cuando yo era chica, ella trabajaba, y con mi hermano pasábamos mucho más tiempo con mi abuela materna, que falleció hace ya ¿veinte años? Algo así. Mucho. Y nunca conocí a mis abuelos. Entonces esta era mi abuela de grande. Con la ventaja extra en los últimos años de ser vecina, además.
No tengo más que recuerdos felices y sin embargo hoy me cuesta encontrar palabras alegres.
Entonces, me quedo con dos imágenes. Sus manos trabajando en mi balcón y su sonrisa un 17 de agosto de hace unos años.
Unos días después de su cumpleaños volvió a empeorar y ya no se recuperó.
No pude escribir antes sobre esto y sigo sin encontrar demasiado qué decir, pero hoy la extraño especialmente, así que no quería dejar pasar la ocasión de hablar de ella una vez más.
Yo sé que es el orden de la vida, y que vivió largo y muy bien y alegre, pero -egoístamente, tal vez- me pone triste igual y siento un agujero enorme. También, claro, me pone contenta haberla conocido así, haber compartido un tercio de su vida, haberme divertido tanto con ella.
Fue mi abuela de grande. Cuando yo era chica, ella trabajaba, y con mi hermano pasábamos mucho más tiempo con mi abuela materna, que falleció hace ya ¿veinte años? Algo así. Mucho. Y nunca conocí a mis abuelos. Entonces esta era mi abuela de grande. Con la ventaja extra en los últimos años de ser vecina, además.
No tengo más que recuerdos felices y sin embargo hoy me cuesta encontrar palabras alegres.
Entonces, me quedo con dos imágenes. Sus manos trabajando en mi balcón y su sonrisa un 17 de agosto de hace unos años.
domingo, 19 de junio de 2011
Versos de autosuperación
Pienso
en la vida que querés
y en la vida que llevás
y cómo
el conjunto de intersección
está más bien gordito
y qué bueno.
Pero igual parece
que es útil y saludable
que sigan siendo dos conjuntos.
Me hablo a mí misma
en segunda persona.
Eso está en el conjunto de la vida que llevo
nomás.
en la vida que querés
y en la vida que llevás
y cómo
el conjunto de intersección
está más bien gordito
y qué bueno.
Pero igual parece
que es útil y saludable
que sigan siendo dos conjuntos.
Me hablo a mí misma
en segunda persona.
Eso está en el conjunto de la vida que llevo
nomás.
miércoles, 8 de junio de 2011
Los bancos de piedra
Hoy mi abuela cumple 97 años.
Hace unos meses tuvo un acv que, lamentablemente, le hizo perder la movilidad del lado izquierdo del cuerpo y buena parte del habla, entre otras cosas. Está viviendo ahora en una residencia geriátrica, pues necesita atención constante.
Podría seguir acá enumerando las cosas que mi abuelita ya no puede hacer. Pero sé que no es como le gusta pensar las cosas.
Me llegó hace un rato un link con un video que un amigo virtual de este blog le hace de regalo de cumpleaños. Está inspirado en el poema de nochevieja y muestra los bancos de piedra de Combarro. Un pueblo lleno de bancos para que los vecinos se sienten a descansar, a conversar, a leer o a pasar el rato me hace pensar en un lugar delicioso.
Mi abuela pasa el día sentada ahora. Tal vez imagina la brisa marina y los sonidos del pueblo, como si estuviera en un banco de piedra de Combarro. Tal vez no. Pero elijo pensar hoy en lo que sí puede hacer.
Gracias a O pé da porta por el hermoso regalo.
Hace unos meses tuvo un acv que, lamentablemente, le hizo perder la movilidad del lado izquierdo del cuerpo y buena parte del habla, entre otras cosas. Está viviendo ahora en una residencia geriátrica, pues necesita atención constante.
Podría seguir acá enumerando las cosas que mi abuelita ya no puede hacer. Pero sé que no es como le gusta pensar las cosas.
Me llegó hace un rato un link con un video que un amigo virtual de este blog le hace de regalo de cumpleaños. Está inspirado en el poema de nochevieja y muestra los bancos de piedra de Combarro. Un pueblo lleno de bancos para que los vecinos se sienten a descansar, a conversar, a leer o a pasar el rato me hace pensar en un lugar delicioso.
Mi abuela pasa el día sentada ahora. Tal vez imagina la brisa marina y los sonidos del pueblo, como si estuviera en un banco de piedra de Combarro. Tal vez no. Pero elijo pensar hoy en lo que sí puede hacer.
Gracias a O pé da porta por el hermoso regalo.
miércoles, 13 de abril de 2011
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