lunes, 2 de diciembre de 2013

diario. IV. lunes

Hace tanto calor que hasta yo tengo calor. Tal vez sea solo porque es de los primeros calores de la temporada.
Tuve que salir a la calle y volver. Y no me puedo recuperar. La calle -el sol- es como una masa espesa y pegajosa que cuesta atravesar. Ese calor que se ve y que pesa, que cae encima de todo y lo aplasta. Como una cuota extra de la ley de gravedad. Definitivamente me siento más pegada al suelo, más petisa incluso. Las vértebras apelmazadas unas con otras. De pronto, tengo la sensación de querer colgarme de algo, de querer estirarme, si no fuera porque el movimiento es caro con este calor. Quizás de que alguien me levante, como si fuera un almohadón aplastado, y me sacuda un poco las plumas y me deje de vuelta, esponjosa, con aire.
O mejor: quiero volver a la vida de ballena. Ese cuerpo inmenso que se desplaza en el agua como si fuera liviano. Y nadar y nadar y nadar, sin pensar.