domingo, 24 de enero de 2010

Gusanos

Cuando voy a desayunar, muchas veces mi abuela me da una fruta para que coma en la oficina durante el día. Ella sabe bien mis preferencias, y no me da un kiwi si está duro, no me da mandarinas si están un poco zonzas, y así.
El otro día me recomendó un durazno que olía especialmente bien. Cuando la saludo, le digo:
—A la noche te traigo el gusanito de vuelta.
Mi tío salta:
—Hace un montón que no se ven bichos en la fruta con lo que la fumigan...
Y yo les cuento que hace poco encontré un gusano en un durazno, y se lo veía muy saludable. Dicen, además, que los bichos saben elegir la fruta más rica, así que no solo porque está libre de pesticidas si no porque tiene garantía de calidad, parece que no es malo encontrarse un animalejo de estos. Como si no fuera poco argumento, mi abuela aclara:
—Además, el gusano come solo durazno, si te lo comés no pasa nada, es de durazno también.
Hago un poco de cara de asquito ya desde la puerta y le retruco:
—Lo voy a pinchar en un palito y lo voy a bañar en chocolate, entonces.
Pero ella siempre tiene la última palabra (y con cara de gusto y todo):
—¡Qué buena idea eso!

Mañana de domingo de verano

El domingo por la mañana hay un silencio particular en el barrio. Y qué gusto da tener las ventanas abiertas de par en par y sentir el olor del aire todavía fresco. Vale levantarse descalzo y preparar el mate, para volver a la cama con mate y libro.
No puede ser cualquier libro el que se lea el domingo a la mañana. Tiene que ser uno sorpendente, ingenioso, de esos que hay que dejar a la fuerza porque es imprescindible ir al baño, nada más.
Si se es precavido, habrá bizcochitos de la panadería, comprados con placer anticipado por este momento.

Pero lo mejor de estos domingos es que son lo más parecido a los días de vacaciones en casa de la infancia. El olor a verano que había entonces. Las chicharras que sonaban sin parar en el jardín y la carrera a la pileta una vez que nos levantábamos. El sol de la infancia (que no quemaba tanto como ahora), el pasto recién cortado -es el mejor olor de todos- y más verde que nunca, el agua fresquísima pero que no daba frío.

Y otros pequeños placeres de la vida

Uno de los pocos libros que mi madre leyó de prestado (de la biblioteca de mi primo) y después quiso tener para su biblioteca es El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, de Philippe Delerm. Se lo conseguí, lo leí y se lo di. Aunque tiempo después lo saqué de su biblioteca y ahora está en la mía (de visitante, madre, prometo devolverlo pronto).
Es de esos libros deliciosos que se pueden leer en partes, en cualquier lado y en cualquier momento. Los textos breves que lo componen te dan alegría, sin nada de vueltas, por las cosas cotidianas y los detalles. Es en sí mismo uno de los pequeños placeres de la vida: el de esos libros precisos e inspiradores.

Todo esto para recomendar el libro, por supuesto, y también como pequeña justificación a la nueva sección que inauguramos hoy. ;-)

viernes, 22 de enero de 2010

Con cariño

Mi tío está yendo a un taller de pintura y cada vez que voy me muestra el avance con sus obras.
El otro día, me estaba por ir, agarraba mis cosas y mi tío sale para el living a buscar su última pintura para mostrarme. Mi abuela, desde la cocina, que entiende a qué viene el "esperá que te muestro" de mi tío me dice bajito:
—Decile que está lindo.

Deseos

Mi tío me está contando que está desganada, que el médico le hace cara de "qué quiere que le diga, yo la encuentro bien", y que le dio un nuevo remedio que según él (mi tío) es el que toman los millonarios para sentirse jóvenes y que desde que lo empezó a tomar tiene mejor la memoria y está un poco más animada. Mi abuela, mientras mi tío me cuenta, hace cara de nada.
Mi tío también dice en voz alta que ya le compró las papas fritas que ella quería, pero que le había pedido algo más que ninguno de los dos se acuerda.
Mi abuela argumenta:
—Bueno, tenía ganas de comer papas fritas, ¿y qué?
Pirucha (80 años, sobrina de mi abuela que viene cada tanto a quedarse unos días con ellos) aclara:
—Unos zapatos le ibas a comprar ayer. ¿Para qué querés comprar más zapatos? ¿Qué quiere, tía, irse a bailar?
Todos nos reimos. Mi tío dice:
—Es que se queja de todos los zapatos que tiene. Y me pide papas fritas, como los chicos.
—Traele un chupetín —acota Piru.
Risas de mi abuela especialmente, y agrega:
—Vamos a bailar, ¿por qué no?
Muchas risas. Piru pregunta:
—¿Un novio quiere conseguirse?
Y mi abuela contesta, de pronto muy seria:
—No te digo que no lo pensé.